Pasaron los años, y se dio cuenta demasiado tarde de que no creía en dios, que sus ceremonias y ritos se le antojaban de repente gestos vacíos y huecos. Aunque siguió estudiando cada día los libros arcanos y releyendo sus pasajes, que en otro momento fueron fuente de inspiración y ahora resultan sólo cuentos rancios, el anciano no pudo recuperar la fe perdida, ni hallar la fuerza y el valor necesarios que le permitieran rebelarse. Y por eso, aunque carentes ya de significado, mantiene sus rezos, sus misas y sus bendiciones desde el balcón de la Plaza de San Pedro.
- Jordi Cebrián
| en cien palabras una historia |
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